Los agentes de policía de la localidad tunecina de Sidi Bouzid probablemente no habrían confiscado el puesto de frutas y verduras del joven Mohamed Bouazizi si hubiesen intuido las consecuencias de ese pequeño acto. Lo hicieron, sin embargo, y ese gesto desató una grave reacción en cadena que comenzó el 17 de diciembre pasado con Bouazizi prendiéndose fuego públicamente y terminó ayer, tras semanas de protestas, con la huida del país de su presidente durante los últimos 23 años, Zine Abidine Ben Ali.
El joven de 26 años, que se inmoló en un gesto desesperado ante el Ayuntamiento de su pueblo, tenía un diploma universitario en Informática, pero estaba en paro, como el 14% de la población tunecina y la mitad de los jóvenes de los países árabes, según un estudio del Programa de Desarrollo de Naciones Unidas y la Liga Árabe. Su puesto ambulante era la única fuente de ingresos con la que podía ayudar a subsistir a su familia. La rabia, la ira y la frustración de verlo desaparecer ante sus ojos le empujó a un martirio público con un resultado sin precedentes en Túnez.
Pocas veces en la historia el sacrificio de un joven pobre y desconocido ha terminado con un Gobierno y un líder autócrata instalado en el poder durante más de dos décadas.
La historia de Bouazizi, atormentado por la imposibilidad de encontrar un trabajo
mientras el precio de los alimentos continúa al alza, no es un hecho aislado. El 40% de la población de los países árabes, es decir, más de 140 millones de personas, está por debajo del índice de la pobreza. Y lo que es peor, el dato no ha mejorado en los últimos 20 años.
Sidi Bouzid, en el centro del país, es un pueblo alejado del circuito turístico de playas y hoteles que ofrecen los touroperadores europeos. Su nombre será recordado, no obstante, por ser el lugar donde comenzaron las protestas que derivaron en disturbios generalizados, llegaron a la capital y revolucionaron el país.
Bouazizi falleció en el hospital el 5 de enero. No consiguió recuperarse de las
quemaduras que él mismo se provocó. Pero ya era un héroe nacional antes de morir. El informático en paro se convirtió en un símbolo entre los jóvenes y comerciantes
tunecinos, que comenzaron las manifestaciones para reclamar trabajo, justicia y libertad.
Su muerte no ha sido la única en el país norteafricano en las últimas semanas, pero la épica escena que protagonizó este vendedor ambulante quedará en el imaginario
tunecino como el desencadenante del fin del presidente Ben Ali. Y el comienzo de una nueva época que Túnez recibe con euforia.
GLORIA RODRÍGUEZ-PINA - Madrid - 15/01/2011
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