El Gran Dictador -The Great Dictator- 
escrita, dirigida y protagonizada por Charles Chaplin,
  se estrenó en Nueva York el 15 de octubre de 1940 y en Londres el 16 de  diciembre de 1940. 
Las críticas de la prensa fueron negativas en  particular por este discurso final que acabáis de leer y escuchar. 
 Algunos años después fue el pretexto utilizado por el Comité de  Actividades Antiestadounidenses para acosar a su autor, quien al final  decidió exiliarse de EEUU.
¡Lo siento. Pero yo no quiero ser  emperador. Ese no es mi oficio. No quiero reinar ni conquistar. Qusiera  ayudaros a todos: Judíos, cristianos, negros, blancos... Tenemos que  ayudarnos los unos a los otros; los seres humanos somos así. Vivir de la  felicidad del prójimo, no de su dolor. 
No queremos odiar ni despreciar.  En este mundo hay sitio para todos y hay alimento para todos. El camino  de la vida puede ser libre y hermoso, pero lo hemos perdido. La codicia  ha envenenado las almas, ha levantado barreras de odio, nos ha empujado  hacia las miserias y las matanzas.
Controlamos la velocidad pero  nos hemos encerrado. La mecanización, que crea abundancia, nos deja en  la indigencia. Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos. Nuestra  inteligencia, duros y secos. Pensamos demasiado, sentimos muy poco.
Más que máquinas necesitamos humanidad. Más que destreza, bondad y dulzura.
Sin estas cualidades la vida  será violenta y será nuestra ruina. Los aviones y la radio nos hacen  sentirnos más cercanos. La verdadera naturaleza de estos inventos exige  bondad humana, exige la fraternidad universal.
Ahora mismo, mi voz llega a  millones de seres en todo el mundo, millones de hombres desesperados,  mujeres y niños, víctimas de un sistema que incita a torturar a los  hombres y a encarcelar a inocentes.
A los que puedan oirme, les digo: no desesperéis. La desdicha que padecemos no es más que un producto de la codicia y de la amargura de aquellos que temen el progreso humano.
A los que puedan oirme, les digo: no desesperéis. La desdicha que padecemos no es más que un producto de la codicia y de la amargura de aquellos que temen el progreso humano.
El odio pasará y morirán los  dictadores, y el poder que se le quitó al pueblo se le devolverá al  pueblo. Y así, mientras el Hombre exista, la libertad no perecerá.
¡Soldados!
No  os entreguéis a esos bestias que en realidad os desprecian, os  esclavizan, manipulan vuestras vidas diciéndoos qué tenéis que hacer,  qué decir y qué sentir.
Os barren el cerebro, os ceban,  os tratan como a ganado y como carne de cañón. No os entreguéis a estos  seres perversos. Hombres máquina, con cerebros y corazones de máquina.
Vosotros no sois máquinas, no  sois ganado sino Hombres. Lleváis el amor en vuestros corazones;  Vosotros no odiáis. Sólo odia el rechazado y el perverso.
¡Soldados!
¡Soldados!
No luchéis por la  esclavitud, sino por la libertad. El capítulo 17 de San Lucas se lee:  "El Reino de Dios está en el hombre". Pero no en uno,  ni en un grupo de  hombres, sino en todos los hombres, en vosotros. Vosotros, los hombres,  el pueblo, tenéis el poder de crear máquinas y también felicidad.  Tenéis el poder para hacer que esta vida sea libre y hermosa, y  convertirla en una maravillosa aventura.
En nombre de la democracia,  utilicemos ese poder actuando unidos. Luchemos por un mundo nuevo,  decente y noble que garantice a los hombres un trabajo, a la juventud un  futuro y a la vejez seguridad. Y bajo estas promesas, las bestias  llegaron al poder. Pero mintieron; nunca han cumplido sus promesas ni  nunca las cumplirán. 
Los dictadores son libres pero  esclavizan al pueblo. Luchemos ahora para hacer realidad esas promesas.  Luchemos para liberar al mundo. Para abolir las barreras nacionales,  para eliminar la codicia, el odio y la intolerancia.
Luchemos por el mundo de la razón.
Un mundo donde la ciencia y el progreso nos conduzca a la felicidad.
¡Soldados!
En nombre de la democracia, ¡¡unámonos!!.
 
